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El poder curativo de la fiebre por el Dr. Herbert Shelton

por | May 18, 2018 | Enfermedades físicas, Higienismo

La fiebre es una indicación de la capacidad reactiva del organismo

En su famosa conferencia “El Verdadero Arte Sanador” que se celebró en el Instituto Smithsonian en febrero de 1862, el Dr. Trall declaró:

 ¨La fiebre es una forma patológica y como tal es un proceso de purificación, por lo tanto, será uno de los medios por los cuales el sistema se libera de materia enferma».

La fiebre es parte del proceso general de reconstrucción y purificación de la enfermedad. Es por tanto beneficiosa o saludable.

Se ha dicho que “la inflamación es una fiebre local y que la fiebre es una inflamación generalizada.” Si esto significa que ambos son parte del mismo proceso de curación, no tenemos ninguna objeción.

Sin embargo, la inflamación general para existir necesita de una cantidad suficiente de sangre que la produzca.  La fiebre, por su parte, es más bien una respuesta general del sistema en el caso que la irritación y la inflamación son muy amplios y, en cierta medida, afectan también a órganos internos.

Por regla general, las fiebres son precedidas por una sensación de frío. Esto se debe al retiro de la sangre de la superficie del cuerpo y causa una suspensión de la irradiación de calor de la piel, a tal suspensión sigue la fiebre.  La fiebre no solamente pone las células del interior del cuerpo en condición de acelerar sus actividades, sino que garantiza también el calor de la superficie corporal que de otra manera se tornaría fría.

Las células de todos los tejidos y fluidos afectados por la fiebre y la inflamación producen la hinchazón.  Esto se debe al aumento de la exudación del líquido de la sangre en las zonas afectadas, que tiene como consecuencia una mayor nutrición y un crecimiento más rápido.  Este aumento de la temperatura corporal durante la inflamación y la fiebre, es constante, y es imposible que esta se desarrolle sin que haya un aumento temporal en la cantidad de materia viva en las zonas afectadas.  En las células siempre se observa un incremento en el proceso nutricional.

Tal vez para explicar mejor las razones de ser de la fiebre, tomamos en cuenta los movimientos de una ameba en diferentes condiciones de temperatura. Por autónoma que esta criatura unicelular pueda parecer, es realmente incapaz, sin una influencia externa, de acelerar sus funciones por encima de su nivel fisiológico y, no menos, de ralentizarlas o detenerlas.

Si la temperatura del medio ambiente en el cual se haya aumenta de unos pocos grados, sus movimientos, quizás antes lentos y perezosos, se vigorizan inmediatamente: la actividad celular vital aumenta. UN AUMENTO DE LA TEMPERATURA ES NECESARIO PARA AUMENTAR LA ACTIVIDAD VITAL.

Un descenso de la temperatura genera el efecto contrario.  Si el líquido en el cual se encuentra la ameba se enfría poco a poco, la célula deja poco a poco sus movimientos y actividades y, finalmente, se convierte en un simple glóbulo inerte capaz de reanudar sus actividades originarias solamente cuando se incremente la temperatura.  UNA REDUCCIÓN DE LA TEMPERATURA REDUCE LA ACTIVIDAD CELULAR.

Si se aumenta demasiado la temperatura, los movimientos de la célula gradualmente cesan.  Llegados a un cierto grado de calor, la célula se vuelve rígida e inerte y puede reanudar el trabajo solamente después de haber bajado la temperatura.  EL CALOR EXCESIVO BLOQUEA LA ACTIVIDAD CELULAR.

Podemos aumentar la temperatura de la ameba como queremos porque nosotros mismos, desde el exterior, proporcionamos el calor, y este hecho no es producto de su actividad celular.  En el cuerpo durante una fiebre, las cosas son diferentes.  El calor es el resultado de la actividad corporal, y si supera un umbral determinado, la actividad celular se ralentiza automáticamente y la producción de calor disminuye.  ASÍ QUE HAY UN CONTROL AUTOMÁTICO DEL AUMENTO DE LA TEMPERATURA.

Una de las principales funciones de la piel es la de regular la temperatura corporal.  El calor se difunde a través de la piel, especialmente a través del sudor.  El cuerpo se enfría por la evaporación de la transpiración; cualquier líquido, de hecho, evaporando absorbe el calor.  El sudor, evaporándose, resta calor del cuerpo.

Regulando la cantidad de sangre que llega a la piel, se controla el escape de calor del cuerpo.  Más sangre hay en la piel, más calor será expedido por el organismo.  Si el cuerpo se enfría, los vasos sanguíneos de la piel se contraen.  Esto obliga a la sangre fluir desde la superficie hacia el interior del cuerpo y mantener su calor. Cuando el cuerpo está caliente, se dilatan los vasos superficiales, permitiendo que grandes cantidades de sangre lleguen a la piel y disipen así parte de su calor.

Hay dos tipos de nervios responsables de regular la conservación y la emisión de calor: los vasomotores, que controlan la contracción y dilatación de los vasos sanguíneos, controlando así el flujo sanguíneo, y los que estimulan la actividad secretora de las células glandulares.  Por lo general un aumento del flujo sanguíneo se acompaña de la aceleración de la actividad glandular, aunque a veces sucede – cuando una persona está muy nerviosa o en estado de shock – que tenga una sudoración profusa pegajosa simultáneamente a una disminución del flujo sanguíneo.  La secreción de sudor es controlado por el sistema nervioso.  Los centros responsables de la misma, que se encuentran en la médula espinal, se activan por el movimiento, por el cambio de la temperatura externa, por las emociones, por muchas sustancias, y a menudo por un aumento de la temperatura de la sangre que circula en la misma médula espinal.

El cuerpo no sólo regula la emisión de calor, sino que también regula la producción y distribución.  A menudo, en personas muy débiles o en estados de shock, la capacidad del cuerpo para producir o conservar el calor se reduce de manera que su temperatura cae por debajo de lo normal.  En muchas etapas de una enfermedad aguda, la temperatura es superior a lo normal y se dice que el paciente tiene fiebre.

LA FIEBRE ES UN SIMPLE AUMENTO DE ALGUNOS GRADOS DE LA TEMPERATURA CORPORAL NORMAL.

Durante una fiebre, por lo general el cuerpo tiene una potencia calorífica más alta de lo normal, aunque el calor no iguale nunca aquello causado por un ejercicio físico violento.  Esta diferencia de calor producido se debe al hecho de que la fiebre no es solamente una mayor producción de calor, sino más bien una disminución de su emisión.  La emisión a través de la piel se suspende y no siempre se acompaña a la fiebre un aumento en la producción de calor.

La fiebre, sin embargo, suele ir acompañada de una reducción de la capacidad respiratoria, como en la neumonía, y a la introducción en la sangre de una cantidad reducida de oxígeno respecto a lo normal, con la consiguiente reducción en la formación y la expulsión del ácido carbónico.  La inflamación y la fiebre no dependen necesariamente de un aumento en el proceso de oxidación.  La fiebre no es un proceso de “combustión”, ni por lo que se refiere al cuerpo, ni en lo que concierne las causas de la enfermedad, aunque es una parte esencial de cualquier enfermedad aguda.

Las fiebres y las inflamaciones leves no necesariamente causan cambios permanentes en los tejidos.  Muchas de ellas pasan sin dejar el menor rastro; no causan la degeneración de ningún tejido orgánico o cambios estructurales.  No queda, en fin, ningún rastro de la batalla tuvo lugar.  Después de una fiebre o una inflamación, el cuerpo puede aparecer exactamente como lo era antes de que comenzara la batalla, o inclusive – en los casos en que la fiebre no haya sido ahogada, sino dejada libre de desarrollarse – el cuerpo se renueva y se purifica.

Cuando, después de una fiebre, el cuerpo o parte de él está dañado, la causa del daño no radica en la fiebre, sino en las medidas adoptadas para reprimirla; no es la fiebre en sí misma que daña el cuerpo, sino todos los métodos utilizados para suprimirla.  La fiebre en sí es una parte esencial del proceso agudo; tiene un papel constructivo y saludable, y nunca es perjudicial o fatal.  La presencia de la fiebre es un signo de la salud que vuelve y al mismo tiempo, una evidencia de que el cuerpo aún tiene la fuerza vital suficiente para luchar contra los enemigos de la vida.

La crisis o momento decisivo de una fiebre se caracteriza generalmente por la reanudación de la sudoración, que anteriormente había sido suspendida, y por la consiguiente disminución de la temperatura corporal.  Durante la fiebre, la piel generalmente está seca.

Cuando hay una infección intestinal, tales como, por ejemplo, la fiebre tifoidea, y hay una necesidad de hacer afluir grandes cantidades de flujo sanguíneo a los intestinos, la sangre es “robada” de la superficie del cuerpo, y el resultado es una sensación de frío. El «brote» de la fiebre es anunciado por un escalofrío, que tiene el propósito específico de suspender la irradiación de calor de la superficie del cuerpo. Durante esta sensación de frío, la temperatura de la superficie del cuerpo también puede permanecer normal, en cambio, aquella del interior crecerá.

La “retirada” de sangre de la superficie del cuerpo y su concentración en el interior desequilibra la circulación sanguínea y altera la presión arterial. Automáticamente, esto aumenta la velocidad del corazón, que, a su vez, acelera la respiración. De este modo, como veremos más adelante, nos encontramos con dos otros requisitos esenciales para la sanación.

El aumento de la temperatura será determinado por:

1) La capacidad de respuesta del paciente, y

2) La virulencia y la cantidad de toxinas contra quienes se oponen a las fuerzas de la vida.  De estos dos factores, la capacidad de respuesta del paciente es lo que más contribuye al aumento de la temperatura. Los individuos jóvenes y vigorosos fácilmente desarrollan una fiebre alta en respuesta a causas menores, mientras que los ancianos o los individuos débiles son a menudo incapaces de desarrollar una fiebre defensiva en de contra de las toxinas más virulentas.  El hecho de que la fiebre tiene un fin específicamente útil ha comenzado a penetrar en el cerebro de los Heteropáticos.

Antes de facilitar cualquier testimonio médico a este hecho, quiero citar al Dr.  Shew, “El médico de familia hidropático”: «El peligro de las fiebres no es proporcional al aumento de la temperatura y al estado de excitación que se producen, como en la opinión de muchos, sino al estado de debilitamiento. Prueba de ello son el pulso muy rápido y débil, así como la debilidad del cuerpo en general. Si el pulso permanece por largo tiempo en 140/150 no hay muchas posibilidades de recuperación, sabemos de casos de recuperación con el pulso a 160, aunque hay que reconocer casos similares entre los adultos son más bien raros. El Dr. Heberden sabía inclusive de un caso recuperación de la fiebre después que el pulso había llegado a 180. Hechos de este tipo deben hacerse públicos, tanto para estímulo del paciente como lo del médico

Pasando ahora al testimonio médico, un eminente europeo, F. A. Riquez (Patología General) declara: “La fiebre es una reacción de defensa orgánica, y, como tal, debería ser protegida y no contrastada.  Infecciones febriles generalizadas son más peligrosas cuando se desarrollan apireticamente (sin fiebre), como, por ejemplo, la neumonía en los ancianos, el cólera, la difteria, etc.

Schiller declara: «La fiebre que no te mata, te fortalece».

Selección Literaria del 14 de junio de 1924, cita al Dr. Oliver Heath, cuando dice en la respetada revista médica británica “The Lancet”: «Durante años un aumento de temperatura ha sido considerada como un mal terrible en sí mismo – de la misma manera que hoy se considera un aumento de la presión arterial – y cualquier otro tratamiento para curar la fiebre ha tenido siempre como primer objetivo su reducción

«La experiencia de los fármacos antipiréticos, sin embargo, planteó algunas dudas sobre los beneficios que deberían derivarse de una disminución de la temperatura, mientras que algunos experimentos han demostrado que en las enfermedades infecciosas algunos grados más son beneficiosos: animales con fiebre han demostrado ser capaces de resistir a las infecciones que, en condiciones normales, serían fatales

Emerson, que considera la fiebre como medida de protección, declara: «Se puede decir, en general, que el aumento de la temperatura no es muy indicativo de la gravedad del caso; las temperaturas más altas, por lo general, tienen lugar en fiebres menos severas, como la malaria o fiebre de recaída, mientras que, en la más severas, en las infecciones rápidamente mortales, puede ser que no se de ningún aumento de temperatura.  En este caso, es como si el cuerpo pudo utilizar la fiebre como una defensa contra la infección

Desde nuestro punto de vista, el aumento de la temperatura, el valor que ese alcanza, es indicativo de las fuerzas de reacción del cuerpo: un índice de su capacidad combativa.  Las “infecciones mortales rápidas” son tales porque no hay ninguna fuerza de combate, y también por esta razón es que las fuerzas vitales son tan debilitadas por la infección que no logran desarrollar la fiebre, o, a lo sumo, para desarrollar solamente una fiebre muy baja.

Para resumir lo que hemos dicho hasta ahora:  LA FIEBRE ES UN AUMENTO NECESARIO DE LA TEMPERATURA CORPORAL, PARA PONER EL CUERPO, UNA PARTE DE ESO O MÁS PARTES, EN LA CONDICIÓN DE HACER FRENTE DE MANERA EFICÁZ Y PARA DESTRUIR ALGUNOS ENEMIGOS DE LA VIDA QUE AMENAZAN AL CUERPO, ASÍ COMO DIRIGIDO PARA PONER REMEDIO A ALGUNOS DAÑOS PADECIDOS POR EL MISMO.

La fiebre es absolutamente esencial en el proceso agudo, nunca excede los límites de seguridad.  Para que la fiebre se desarrolle, se deben cumplir dos condiciones esenciales:

  • La suspensión de la emisión de calor a través de la piel.
  • Aumento en la producción de calor en el interior del cuerpo

Un aumento en la producción de calor requiere un aumento de la oxidación.  Para que se produzca esto, se necesita una mayor cantidad de oxígeno, así como una circulación sanguínea más rápida.  Para que estas dos exigencias se cumplan, en las enfermedades agudas pueden observarse una actividad respiratoria y una frecuencia cardiaca aceleradas. Vemos, pues, cómo estos dos síntomas de la enfermedad, la aceleración cardiaca y aquella respiratoria, en realidad sirven para objetivos benéficos claramente definidos.

La producción de calor, durante la fiebre, no es tan pronunciada como en el caso de una carrera u otras actividades físicas exigentes, sin embargo, ya que se suspendió su emisión a través de la piel, el calor se queda en el cuerpo.  La respiración y la actividad cardiaca durante la fiebre no son tan rápidas como las observadas durante la carrera.  Cuando usted está realizando un esfuerzo importante, la transpiración substrae calor del cuerpo y así impide el aumento de la temperatura. Por lo tanto, la suspensión de la emisión del calor por efecto de la fiebre, es el elemento más importante para que se desarrolle.

A riesgo de parecer repetitivo, me permito citar el siguiente pasaje, escrito por la pluma del Dr. William F. Havard, uno de los más ilustres Naturópatas del mundo: «Hay tres manifestaciones o síntomas cardinales que se observan en todas las enfermedades agudas: aumento de la temperatura, aumento del ritmo cardiaco o del pulso y aceleración de la actividad respiratoria. El incremento de la actividad celular indica que hay un aumento de la demanda de oxígeno.  Esto es proporcionado por medio de un torrente sanguíneo más rápido y un trabajo más rápido de los pulmones. Durante las primeras etapas de una reacción aguda, hay menos actividad de la piel debido a la necesidad de compensación circulatoria. La excesiva dilatación de las arterias internas necesita la restricción de los vasos sanguíneos de la piel.  Esto reduce la emisión de calor, lo que, combinado con el aumento de la producción interna de calor, produce la fiebre

«La fiebre desempeña un papel clave en el mantenimiento de la reacción aguda.  Toda la materia viviente manifiesta una mayor actividad celular cuando la temperatura es elevada.  El protoplasma, la materia viva de la cual las células se componen, no hace excepción.  Su actividad es normal, en el cuerpo humano, cuando se mantiene a una temperatura de unos 37° C; se ralentiza a medida que la temperatura desciende por debajo de este valor.  Si la temperatura se eleva muy por debajo de lo normal, sus procesos vitales cesan y se produce la muerte.  La actividad molecular del protoplasma se incrementa proporcionalmente al aumento de su temperatura, hasta llegar a un punto de máxima actividad; si este se excede, la actividad disminuye debido a la demasiada rápida desintegración del protoplasma. En la fiebre, si el aumento de temperatura es debido a la mayor combustión que tiene lugar en las células, es imposible que la temperatura se eleve a un punto en el que sería fatal para ellas.  Una vez que alcance el máximo de actividad, cualquier tendencia a superar este límite, causa una disminución de la actividad celular y la consiguiente reducción de la combustión, así como una disminución inmediata de la temperatura.  Todo el proceso es automático y no debe ser regulado por ninguna fuerza externa

«Nadie ha muerto de fiebre.  Algunos investigadores han registrado casos de enfermedades agudas, adonde la temperatura había superado los 42° C, y han documentado la recuperación completa.  Cuanto mayor sea la capacidad reactiva del organismo, es más probable que la temperatura baje durante una crisis de esta naturaleza.  Los niños, cuya vitalidad natural no ha sido corrompida por los malos hábitos y los abusos, tienden a reaccionar con fiebres superiores que las de los adultos.  Esta es una prueba positiva del hecho de que la fiebre es una indicación de la capacidad reactiva del organismo

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