¿Eres demasiado bueno/a? La mayoría de las personas en nuestra sociedad hemos sido educados a ser buenos para lograr la aprobación de los demás. Sin embargo, ser bueno no significa tratar de estar de acuerdo con todo el mundo e indiscriminadamente hacer favores.
El ansia de agradar a toda costa y no molestar al amigo o compañero es lo que provoca a la larga la ruptura de grandes amistades. Si eres demasiado bueno/a te volverás una alfombra donde muchos caminarán para lograr sus objetivos, lo cual te llevará al resentimiento y a la frustración porque siempre dirás que sí cuando en realidad quieres decir no.
Aprender a poner límites a algunas personas de nuestro entorno, ya sea laboral o personal, es muy importante. Del mismo modo que las paredes de tu casa determinan el ámbito donde tú vives, un límite define el espacio emocional que te corresponde como ser humano, diferenciando lo que eres y quieres de lo que no eres y no quieres.
Cada vez que quieras o debas “decir no” o hacerte respetar y no lo haces, estás comprometiendo tu integridad. Es como si no existiesen los límites inmobiliarios de tu casa y cualquiera pudiera entrar y salir cuando se les diese la gana.
La ausencia de límites es la causa más frecuente de discusión y ruptura de relaciones. Lograr armonía en tu vida depende de tu capacidad de darte cuenta hasta dónde puedes ceder ante los demás. Si consideras que no estás poniendo freno a conductas fuera de lugar y hasta destructivas de otros, entonces estás comprometiendo tu autonomía y dignidad como persona. Tú tienes el derecho de no aceptar ciertas demandas de otros, y nadie puede arrebatarte este derecho.
Recíprocamente, es necesario respetar los límites de los demás, acorde a la máxima moral universal “no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti”. El respeto natural a los límites de los demás implica cariño y comprensión, y nos debe traer felicidad.
¿Para qué crees que no estás poniendo límites cuando es necesario?
Presta atención a la pregunta; notarás que es “para qué” y no “por qué”. El “para qué” te conecta con el beneficio o el sentido que le das a hacer o actuar de determinada manera. Cualquier conducta que estés adoptando tiene un beneficio detrás que te lleva a hacerlo así. En el caso de no poner límites, ¿qué beneficios obtienes de no establecer esos límites cuando es necesario? Algunos beneficios pueden ser:
- Evitar enfrentarte a un posible rechazo y desaprobación.
- Evitar hacerte cargo de una situación por miedo a no poder afrontar o controlar lo que viene después.
- Mantenerte en la zona “cómoda”, o zona de confort, porque, a pesar de que la pasas mal por no poner límites, esto se ha hecho “parte” de tu vida; una costumbre de la cual se te hace muy incómodo salir.
Muchas veces no ponemos límites porque no sabemos bien qué queremos que ocurra o qué resultados positivos podríamos obtener si lo hiciéramos. Lo único que tenemos claro son los problemas que padecemos por no hacerlo y el malestar que nos acarrea. Algo en nuestro interior se va resintiendo cada vez más sin tener consciencia de cómo esto afecta nuestro presente y nuestra capacidad de construir un futuro que realmente nos haga felices.
Usted es tratado en la vida de la manera que le enseña a los demás como tratarlo a usted
Wayne Dyer
Pasos para poner límites adecuadamente
Tú como ser humano tienes derecho a elegir y cada vez que dejas de lado esta posibilidad estás pagando precios muy altos como el entregar tu autoestima y tu poder personal a otros para que hagan lo que quieran con ellos. Es cierto que no puedes cambiar, ni controlar lo que los demás hagan, tampoco obligarlos, pero sí puedes ponerte el traje de protagonista aplicando las siguientes sugerencias:
Identifica la situación en la que crees que necesitas poner límites y decide qué es bueno para ti y que no es bueno.
Esto es una decisión personal. ¿Cuál es ese límite que sientes que debes establecer? Piensa en las personas implicadas con quienes debas hablar. Ten en cuenta que una de esas personas a quienes necesitas poner límites eres tú mismo/a. Otras personas pueden ser de tu entorno laboral, familiar o amistades. Escribir todo lo que sientas sobre la situación te servirá muchísimo para aclarar tu mente para disponerte a buscar soluciones.
Piensa cuáles serían las consecuencias negativas de poner límites.
Una vez identificada la situación, piensa qué pasaría si lo hicieras. De esta manera te ubicas en los distintos “futuros” posibles para evaluar si en verdad el resultado sería tan negativo o no. En algunos casos el hecho de poner límites se paga con precios muy altos, por lo que la decisión de ponerlos es muy personal. Mide el precio que pagarías si lo haces y evalúa si estás dispuesto/a a enfrentarlo.
Piensa cuáles serían los beneficios de poner esos límites.
Al establecer límites estás buscando resultados positivos en tu vida. Entonces, identifica cuáles serían las consecuencias positivas de hacerlo, qué lograrías, qué nuevas posibilidades se abrirían para ti. Identificar todo lo bueno que se generaría te dará más fuerza para llevarlo a cabo y no titubear ni tener miedo.
Determina acciones para establecer esos límites si consideras que sí pagarías el precio.
Decide qué permitirás que ocurra y qué no estando tú presente, y asegúrate de que se cumpla. Diseña la manera en la que vas a manejarlo: identifica quién es la persona con la que hablarás, a qué ámbito pertenece, cómo correspondería dirigirte, cómo podrías expresarte, qué y cómo le dirás al otro lo que esperas de él, cómo podrías mantenerte firme y consecuente, qué pasaría/harías ante un resultado que no te guste. Esto es necesario para que en tu mente vayas diagramando diferentes posibilidades de solución.
No olvides que tu objetivo más importante es establecer límites, hacerte respetar y no es necesario que sea desde la violencia ni la agresión. Para que esto no ocurra, tienes que buscar generar acuerdos efectivos en un contexto de conversación tranquilo, explicativo, donde la misma pueda darse sin emociones negativas, sin venganzas inútiles y sin insultos ya que el resultado sería catastrófico.
Determina acciones si consideras que no pagarías el precio.
Si decides no pagar el precio de poner límites, intenta comprender por qué y para qué sigues manteniéndote en esta situación. Pon en la balanza y verifica qué otra cosa puedes hacer; quizás proponerte un tiempo límite para intentar arreglar la situación de otra manera solucionando antes otras cosas que consideres necesarias: fortaleciéndote para tener valor, encontrándote contigo mismo/a determinando qué quieres de tu vida, preparándote mejor para ese momento emocionalmente, económicamente, etc…
¿Cómo puedes ser respetuoso y amable sin convertirte en “demasiado bueno/a”?
1) Explica y no te quejes. Las personas se ponen a la defensiva y no escuchan objetivamente si te la pasas quejándote o tratando de rebajar a los demás. Trata de explicar lo que te molesta de una manera calma, respetuosa y amigable, de esta manera los demás te escucharán mejor.
2) Deje de disculparte cuando en realidad no lo sientes. Si cometes un error discúlpate y explica las razones de tu comportamiento. Pero deja de decir “lo siento” a cada rato cuando en realidad no lo sientes. Este es un hábito que te mantendrá atado a la culpa e impotencia.
3) Aprende a decir que no sin la necesidad de decir NO. Por ejemplo, puedes decir “esto no funciona para mí”, “ya tengo otros planes”, “voy a chequear mi agenda”, etc.
¿Estás listo/a para dar lugar a que este quiebre se despliegue en tu vida?
Aplica estas estrategias y libérate de esos estados de ánimo que te tienen atrapado/a: venganza, desacuerdos, enojos, resentimiento, frustración, celos, etc. Si estableces los límites con tranquilidad, enfoque, diseño de conversaciones y perspectiva, verás cómo las cosas comienzan a cambiar en tu vida.
Reflexiona: ¿a quiénes o a qué crees que debes ponerle límites? ¿Qué te está impidiendo hacerlo?